(En el álbum de una bella desconocida)
¿Qué instinto misterioso al hombre inclina
Al despego y frialdad por todo aquello
Que ya conoce, y a vestir de encanto
Y aun perseguir con afanosa industria
Todo lo que le es desconocido?
La cumbre azul de inaccesible monte,
La temblorosa estrella, el pajarillo
Que canta y no se ve, la forma vaga
Que definir las sombras no permiten;
El raudal que velado entre hondo bosque
Estrepitoso se derrumba; el río
Que por arcos de selva entrando vemos
A otro mayor do navegando vamos;
Una frase fugaz de amiga boca
Que a medias, percibimos; un sarao
Desde afuera escuchado; un pie que asoma
La media estrofa de un papel rasgado;
La inscripción rota, la actitud y asunto
Del torso antiguo, el fondo del estanque,
Los remotos orígenes del Nilo;
La ignota mano que escribió un billete
La nave que en la bruma se consume;
El crepúsculo incierto, grato al alma
Muy más que el esplendor del mediodia;
Los cuasi temas, los acordes sueltos
Que de lejana música nos traen
Las ráfagas del viento caprichosas;
El recién muerto, cuyo gesto inmóvil
Calla pertinazmente el gran secreto
Que fascinada el alma le pregunta;
El héroe muerto en flor, que siempre excede
A cuantos su epopeya remataron...
Hay en todo eso el íntimo atractivo
De lo desconocido o lo incompleto
Que a investigar o a completar provoca.
Oigo en todo eso un ¡búscame! irritante;
Imán de lo infinito a lo finito;
O una belleza de ilusión que acaso
La belleza real no alcanza nunca.
Parece que abrigara el alma humana
Tipos de toda perfección , los cuales
En infalible idealidad modelan
Los breves elementos que reciben;
Mientras que, si tentamos coronarlo
Con nuestros medios materiales, todo
De los sentidos la torpeza acusa.
Pero ese afán perseguidor envuelve
La mejor Iucha de la vida, y llenos
Siglos y tierra están de sus conquistas.
De allí la ciencia, progresiva marcha
De lo noto a lo ignoto, a la cual deben
El cielo estrellas, y la tierra un mundo;
De allí el perdido Edén y de allí el Arte,
Cazador de hermosura, que delira
En volver a encontrar el Paraíso
De allí la Historia, la locuaz curiosa;
De allí el Amor, pues siempre en lo que amamos,
Algo, a nuestro pesar, desconocemos;
Y de allí, el desamor para el ingenio
Que, como un libro de escolar, permite
Que el corazón le aprenda de memoria;
Allí la Fe, visión de lo invisible;
Allí, en fin, el instinto, la conciencia
De un destino inmortal; de algo que abraza
Juntos misterio y solución de todo;
Unidad, perfección de perfecciones;
Causa primera y fin de cuanto existe;
Consciente posesión de lo absoluto
Ardiente vida
en éxtasi inefable.
Bogotá,
febrero 15 de 1881
Rafael Pombo
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